miércoles, 14 de diciembre de 2011

LAS LÁGRIMAS DE VENECIA ( una historia real)




Llegas a Venecia en tren nocturno, al alba. Es tu primera vez. Desembarcas en Ferrovia cuyas escaleras se hunden en el río. Te adentras por las callejuelas serpenteantes saltando de puente en puente, como en el juego de la oca hasta llegar a tu hotel minúsculo en el Canareggio. La ventana de tu habitación tiene vistas a un camino de agua. Sales dispuesto a conocer una ciudad que creías pequeña... Y sin rumbo fijo vas admirando un escenario dispuesto por el mejor escenógrafo sin coches ni semáforos, ni urbanos, ni coches en doble fila: solo barquitos, lanchas y embarcaciones neumáticas. De repente, sin saberlo, sin pensarlo, te encuentras con el Gran Canal. Allí te acomete la emoción con tal intensidad que temes que vas a llorar. Pero aguantas. Hay un vaporetto vacío que cruza esa enorme “S”que parte en dos Venecia. Delante de ti te encuentras con el puente de Rialto. Sigues perdiéndote sin saber a donde vas y después de dar varios rodeos que te divierten desembocas en la plaza de San marco inundada por  dos dedos de agua: el milagro de Jesús andando sobre el mar. Entras en la Basílica de San Marcos: son las diez de la mañana. El sol estalla y se multiplica entre sus paredes de oro hasta convertir a la vieja iglesia en un tesoro abierto. Y tú, cegado, sin importarte que piensen de ti, no puedes reprimir el llano ante tanta belleza. Y lloras. Y ves a algunos secándose las lágrimas, aún con las mejillas humedecidas y a otros llorar sin recato. Ya no dejaras de llorar en el corazón  hasta tu marcha.

Lloran los que llegan a Venecia por primera vez, los que se despiden de ella;  los que vienen, los que van; lloran los que allí nacen, los que allí mueren; los que aman, los que odian; los que se casan, los que se separan; los ricos, los pobres; el feliz y el infeliz, el niño y el anciano, la virgen y la meretriz... Lloran los que buscan la belleza, los que la encuentran, los que se alegran, los que penan, el creyente que agradece a Dios su creación y el escéptico que devuelve al hombre al centro del universo;  llora el santo por llegar al cielo y el pecador por miedo a perderlo; lloran hoy las máscaras de la comedia del arte en carnavales que ocultan rostros emocionados, los poetas cuando encuentran las palabras y cuando las pierden, llora el pintor Baruffaldi cuando dibuja sus ángeles, tan desnudos ellos, llora el joven gondolero que pasea a tantos enamorados sin que él halle afectos entre tantas aguas, el anticuario que se llevaría Venecia a su tienda de antigüedades y no cabe en sus manos...


Y desde lo alto del Campanile, desde San Giorgio el Maggiore, entre los pasillos de la Academia se deslizan las lágrimas y caen en la laguna. Día a día, año tras año, Venecia perece, en silencio, ahogada bajo esta lluvia constante para hundirse, poco a poco, en un mar de lágrimas.


Cuando con los ojos vacíos, inertes y el corazón apenado abandonas Venecia derramas aún algunas lágrimas resistiéndote a despertar de ese sueño. Al alba llegas a tu ciudad en tren nocturno. El claxon de los coches te da una furiosa bienvenida, arrebatado por las prisas de los transeúntes que charlotean con sus móviles mientras te empujan  a una carrera desesperada e insultan tu alma furtiva. Buscas ríos pero los pasos cebra están ahogados bajo ruedas neumáticas que no se detienen. Y, de nuevo, lloras desconsolado.

Tus lágrimas caen al asfalto pero allí, abandonadas, a nadie dedicadas, mueren para siempre.

(Todos los derechos reservados. Fotos y texto by JORDI FOLCK)


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